
La renta ciudadana, una de las banderas progresistas del excanciller socialdemócrata Olaf Scholz en Alemania, tiene los días contados. La medida se ideó bajo el anterior Gobierno como una red de seguridad existencial mínima para las personas sin seguro de desempleo. Pronto se convirtió en símbolo de las supuestas disfunciones del robusto Estado del bienestar alemán y de su viabilidad. El sucesor de Scholz, el democristiano Friedrich Merz, prometió en campaña electoral el pasado invierno acabar con el Bürgergeld (literalmente, el dinero ciudadano). Criticado por incumplir promesas desde que hace cinco meses llegó al poder y por alejarse de su original credo conservador, Merz puede decir que, en este caso, ha cumplido. Al menos, en parte, porque desde la derecha ya surgen críticas por la modestia de la reforma.