
Todos los países pueden tener el triste privilegio de ver cómo se plasman en cada uno de ellos unos problemas que, en realidad, nos afectan a todos. Es lo que sucedió en 2008 en Estados Unidos con la quiebra de Lehman Brothers y el hundimiento del mercado inmobiliario; y luego les tocó el turno a España, Grecia y unos cuantos países más. Hoy es Francia la que se encuentra sumida en una profunda crisis política. Desde su reelección, el presidente Macron no dispone más que de una mayoría relativa en el Parlamento, pero las elecciones legislativas del año pasado, después de que él mismo disolviera la Cámara, han dejado tres bloques divididos e irreconciliables: la izquierda, fragmentada en varios grupos; el centro, hoy lleno de disensiones, debidas en gran parte a las ambiciones individuales, pero no por ello menos intensas; y la extrema derecha, cuya líder, de momento, está inhabilitada. En definitiva, hoy es Francia el país en el que se ha desencadenado la tormenta.