Un arma de gran calibre, un rifle de francotirador, con su bípode y una mira telescópica, la ristra de proyectiles colgando de ese animal de muerte… Carlos Manzo lo toma como si fuera la pata de un caballo herido, contrariado, las manos en el corvejón y la cuartilla: una imagen extraña. El texto que acompaña aclara que el armatoste es, en realidad, un fusil de juguete. Un niño lo ha entregado a cambio de un carrito. “Todos los días vamos a estar haciendo el canje de estos juguetes por otros, que son más bonitos para convivir en armonía”, sigue el texto. Impresiona la escena, Manzo con su característico sombrero, imagen de su naciente movimiento político, su guayabera blanca y el morral de algodón, el reverso amable de una de sus cruzadas, la lucha contra la delincuencia.

