El enviado de la Administración de Bill Clinton para los Balcanes, el célebre Richard Holbrooke, era un diplomático de mano dura. Hace justo 30 años el mundo asistía impotente a la guerra más sangrienta de la antigua Yugoslavia: 100.000 muertos en un conflicto que enfrentaba desde 1992 a 1995 a bosniacos, croatas y serbobosnios. Holbrooke metió en la base militar Wright-Patterson, de Dayton (Ohio), a tres líderes, delegados de las tres comunidades enfrentadas. El lugar no fue escogido al azar: estaba lejos de los medios periodísticos, de las presiones políticas, a más de 700 kilómetros de Washington y a unos 8.000 kilómetros de Sarajevo, la capital bosnia.
